Las vacaciones son terribles, tienes tiempo para matar un burro a pellizcos pero los días pasan y te das cuenta de que cada uno ha sido más desaprovechado que el anterior. Mezcla de vagancia y calor a partes iguales, el cerebro tiende a resecarse más de lo normal y las ideas fluyen con demasiada parsimonia. El resultado final es bastante obvio, entre la comodidad del sofá y el asfixiante calor de mi portátil, el primero gana por goleada. A pesar de todo, hoy haré una excepción en mi lamentable rutina para soltar un par de líneas (que nadie se espere una gran obra de la literatura universal porque de donde no hay, no se puede sacar).
El caso es que hace un par de días estaba escuchando la radio en el coche y me encontré con un especial sobre Jim Morrison y Brian Jones, a propósito del aniversario de la muerte de ambos (hace 38 y 40 años respectivamente). Mientras sonaba una versión acortada de Light My Fire, me vino una reflexión a la cabeza relacionada con la reciente muerte de Michael Jackson y, en general, con las consecuencias que trae la defunción de una estrella de la música en su camino hacia el Olimpo de las leyendas inmortales. Nadie puede dudar a estas alturas de la película, de que este tipo de héroes modernos tienen más valor bajo tierra que sobre un escenario, cómo si su muerte sirviera para sellar el pasaporte hacia la fama absoluta.
Si alguien duda de mis palabras, sólo hay que echar un vistazo a la historia que ha rodeado a toda esta serie de estrellas martirizadas; Kurt Cobain, Janis Joplin, Hendrix, Morrison, Moon... la cantidad de mitos y leyendas a su alrededor es interminable y ,en muchos casos, la relación entre la huella que dejaron en el panorama musical y su estancia en el mismo, hace que la historia cobre aún más surrealismo. Decían en el homenaje a Morrison, que The Doors había logrado editar seis álbumes de estudio en tan sólo cuatro años de carrera, algo rotundamente impensable para el 99,9% de los grupos actuales. Y es que el legado que dejaron Manzarek y cía. fue infinitamente desproporcionado en comparación con el tiempo que se mantuvieron sobre los escenarios (temporalmente y no cualitativamente hablando, en ese aspecto no hay nada que discutirles). Después, todo se fue por la borda y Morrison terminó hundido en sus propias babas mientras reposaba en una bañera cualquiera de París. La pregunta que yo ahora planteo es ¿Si ahora Jim Morrison fuera un viejecito entrañable, disfrutando de la vida en una mansión cualquiera de Beverlly Hills...estaríamos hablando de aquellos Doors con el mismo respeto? Me imagino que no...
Está claro que no en todos los casos ocurre igual pero el resultado siempre termina siendo el mismo: Michael Jackson, a pesar de que nunca anunció su retirada total de los escenarios, ha recuperado un número de ventas que no veía desde Dangerous, hace más de quince años y para eso ha tenido que pagar el pequeño precio de huir a un mundo mejor...A partir de ese momento, sólo queda observar con los brazos cruzados cómo da comienzo el proceso de mitificación que ya siguieron tantos artistas antes que él, con la diferencia de que para algunos (véase toda mi generación) vaya a ser el primero que presenciemos en directo, sin contar, por supuesto, con que probablemente estemos ante la mayor leyenda musical del siglo XX (que es donde lamentable se quedó MJ).
Finalmente, sin intención de alargarme más, concluyo esta pequeña reflexión (después de todo, un poco sinsentido) sobre la fama y sus consecuencias más crudas, esperando, no sin cierta morbosidad, al siguiente artista que se unirá al firmamento de las tristes estrellas de los excesos.
El caso es que hace un par de días estaba escuchando la radio en el coche y me encontré con un especial sobre Jim Morrison y Brian Jones, a propósito del aniversario de la muerte de ambos (hace 38 y 40 años respectivamente). Mientras sonaba una versión acortada de Light My Fire, me vino una reflexión a la cabeza relacionada con la reciente muerte de Michael Jackson y, en general, con las consecuencias que trae la defunción de una estrella de la música en su camino hacia el Olimpo de las leyendas inmortales. Nadie puede dudar a estas alturas de la película, de que este tipo de héroes modernos tienen más valor bajo tierra que sobre un escenario, cómo si su muerte sirviera para sellar el pasaporte hacia la fama absoluta.
Si alguien duda de mis palabras, sólo hay que echar un vistazo a la historia que ha rodeado a toda esta serie de estrellas martirizadas; Kurt Cobain, Janis Joplin, Hendrix, Morrison, Moon... la cantidad de mitos y leyendas a su alrededor es interminable y ,en muchos casos, la relación entre la huella que dejaron en el panorama musical y su estancia en el mismo, hace que la historia cobre aún más surrealismo. Decían en el homenaje a Morrison, que The Doors había logrado editar seis álbumes de estudio en tan sólo cuatro años de carrera, algo rotundamente impensable para el 99,9% de los grupos actuales. Y es que el legado que dejaron Manzarek y cía. fue infinitamente desproporcionado en comparación con el tiempo que se mantuvieron sobre los escenarios (temporalmente y no cualitativamente hablando, en ese aspecto no hay nada que discutirles). Después, todo se fue por la borda y Morrison terminó hundido en sus propias babas mientras reposaba en una bañera cualquiera de París. La pregunta que yo ahora planteo es ¿Si ahora Jim Morrison fuera un viejecito entrañable, disfrutando de la vida en una mansión cualquiera de Beverlly Hills...estaríamos hablando de aquellos Doors con el mismo respeto? Me imagino que no...
Está claro que no en todos los casos ocurre igual pero el resultado siempre termina siendo el mismo: Michael Jackson, a pesar de que nunca anunció su retirada total de los escenarios, ha recuperado un número de ventas que no veía desde Dangerous, hace más de quince años y para eso ha tenido que pagar el pequeño precio de huir a un mundo mejor...A partir de ese momento, sólo queda observar con los brazos cruzados cómo da comienzo el proceso de mitificación que ya siguieron tantos artistas antes que él, con la diferencia de que para algunos (véase toda mi generación) vaya a ser el primero que presenciemos en directo, sin contar, por supuesto, con que probablemente estemos ante la mayor leyenda musical del siglo XX (que es donde lamentable se quedó MJ).
Finalmente, sin intención de alargarme más, concluyo esta pequeña reflexión (después de todo, un poco sinsentido) sobre la fama y sus consecuencias más crudas, esperando, no sin cierta morbosidad, al siguiente artista que se unirá al firmamento de las tristes estrellas de los excesos.
La muerte de un músico es como la de un pintor, creo. Según la muerte, será más o menos famoso después.
ResponderEliminarPor ejemplo, yo no habría descubierto la maravillosa voz de Janis Joplin si no hubiese estado (por desgracia) en el 'grupo de los 27' con Jim Morrison y Jimi Hendrix (los que conocía antes). O pasando al heavy, si Cliff Burton fuera hoy un cuarentón con hijos, seguiría siendo el mejor bajista, pero su leyenda no sería tan grande, ni la de Metallica. Creo que incluso hubiesen gustado a la mayoría los Load, porque la gente los cree una traición a la memoria de Cliff.
Lo raro pasó con Kurt Kobain, no me gusta mucho su música, pero debo reconocer que cambió el rock. Ahora un rockero es alguien depresivo y suicida, y si se suicida es para huir del mundo y la gente. Antes un rockero era alguien que no temía a la muerte, y un suicidio era no morir después de una noche loca.
No sé, así lo entiendo yo. De todas formas, me pasa lo que a tí, Alzac. Estoy espeso y desperdicio los días de una forma impresionante. Muy buen post.
Joder, acabo de entrar de casualidad, esto del blogroll de blogspot es un rollo, si no actualizas entrada tu blog se queda al fondo, no te veía en la lista, mea culpa.
ResponderEliminarInteresante post tío. A veces morirse viene "bien". Y si Hendrix hubiese terminado como Santana? Os lo imagináis produciendo hip hop o tocando con cualquier pantumaca por cuatro perras? Mirad lo devaluado que está para el gran público Clapton ahora, si llega a morirse en 1975 (y lo intentó a base de bien varias veces) ahora mismo sería un mito absoluto, y así podríamos estar hasta que salga la segunda parte del Chinese. Por cierto, el que empezó todo esto fue Robert Johnson, de él viene (casi) todo.
La verdad es que tengo que ponerme las pilas porque el blog, con esto del verano, se está yendo al traste...se agradece el comentario de todas formas!
ResponderEliminarRobert Johnson fue aquel que vendió su alma al diablo en un cruce de carreteras, ¿no? al menos esa leyenda queda muy literaria, no deja de sonar a poema de Edgar Allan Poe...mejor eso, a que cuenten de tí que te ahogaste entre tus propios vómitos de lo borracho que andabas(véase John Bonham)..lo interesante es que aún con eso, siguen siendo los grandes mártires de la música...